Cas Mudde, un reconocido académico en su campo, sostiene que estamos viviendo una cuarta ola de la extrema derecha, caracterizada por la normalización de estos actores e ideas en el panorama político. Algo de esto nos suena en España.
Según las definiciones de The PopuList, la extrema derecha populista ha triplicado su proporción de voto desde los años 90:
Son cientos, si no miles, los artículos académicos que tratan de abordar las razones detrás de este fenómeno. Un debate recurrente, más allá de las tediosas discusiones conceptuales sobre qué es el populismo, es si este crecimiento tiene una explicación económica o cultural. Es decir, si los votantes se decantan por estos partidos debido a agravios económicos (o su percepción) —a menudo vinculados con las consecuencias de la desindustrialización o la globalización sobre la estructura económica de los países post-industriales—, o a agravios culturales, vinculados a posiciones nativistas contrarias a la inmigración o a la integración supranacional como la Unión Europea.
No voy a revisar aquí la literatura académica, pero diré que la dicotomía entre lo cultural y lo económico es artificial y confusa. Por ejemplo, un agravio económico (i.e., perder el trabajo) puede canalizarse a través de lo cultural (i.e., culpar a los inmigrantes). Estas explicaciones tan elegantes a nivel teórico suelen estrellarse contra una compleja realidad donde intervienen todo tipo de sesgos cognitivos.
Un reciente artículo de Orien Danieli et al., investigadores de las universidades de Tel Aviv, Jerusalén y MIT, adopta un enfoque distinto que merece la pena discutir. Los autores utilizan métodos de análisis de descomposición1 para entender empíricamente el ascenso de estos partidos desde 2005 hasta 2020. Consideran cuatro factores clave:
Cambios en las posiciones de los partidos: Se refiere a cómo los partidos ajustan sus posturas en diversas cuestiones, tanto económicas (como el estado de bienestar, proteccionismo o regulación económica) como culturales (como la moral tradicional, nativismo o multiculturalismo).
Cambios en los atributos de los votantes: Incluye los rasgos sociodemográficos de los votantes (edad, género, educación, trabajo, etc.) y sus opiniones sobre una variedad de temas (desde la creencia en Dios hasta la importancia de tener amigos).
Cambios en las prioridades de los votantes: Se trata de cómo cambia la relevancia de temas específicos para los votantes, o la importancia que les asignan (por ejemplo, temas migratorios que adquieren mayor importancia en la decisión de voto).
El residuo: Captura los factores no observables, como la entrada y salida de partidos en el sistema político o la presencia de líderes carismáticos en estos partidos en los últimos años.
Los resultados se ilustran en el siguiente gráfico:
Dos apuntes sobre los resultados:
Los cambios en las prioridades de los votantes explican la mayor parte del crecimiento de la extrema derecha (43.5%), mucho más que los cambios en los atributos de los votantes (6.1%) o los cambios en las posiciones de los partidos (1%).
Las posiciones económicas de los partidos se vuelven cada vez menos decisivas a la hora de determinar las preferencias electorales. Es decir, los votantes (en su mayoría hombres mayores, no sindicalizados y con bajo nivel educativo) priorizan cada vez más las posiciones culturales nativistas, lo que permite a la extrema derecha aprovechar una “reserva” preexistente de votantes culturalmente conservadores.
Dicho de otro modo: no es que los partidos hayan cambiado sus posiciones políticas, ni que el electorado haya cambiado demográficamente o en sus opiniones políticas. Es el cambio de foco hacia cuestiones culturales lo que activa a un electorado que siempre ha estado ahí y explica el crecimiento de la extrema derecha.
Pero… ¿por qué?
En su (muy recomendable) libro The Semi-Sovereign People (1960), E. E. Schattschneider propone que los conflictos políticos pueden cambiar de dos maneras: 1) pueden crecer y abarcar más áreas, o 2) pueden ser reemplazados por otros conflictos. Estos procesos no son excluyentes y destacan cómo las sociedades enfrentan múltiples conflictos simultáneamente, compitiendo por atención en la agenda pública, que solo puede manejar un número limitado de temas a la vez.
Esto es lo que llamo el conflicto de conflictos, o la “intensidad desigual de los conflictos”. En última instancia, este fenómeno determina qué cuestiones se vuelven políticamente relevantes y cómo se estructuran los sistemas políticos. Schattschneider resume la importancia de este proceso señalando que, al final, el actor que logra introducir su tema en la agenda política obtiene una ventaja en la configuración del juego político:
La sustitución del conflicto es la forma más devastadora de estrategia política.(Schattschneider 1960, 71).
Es aquí donde creo que podemos entender mejor el crecimiento de la extrema derecha en los últimos años. Han implementado una estrategia de comunicación eficaz, que va desde el uso de tabloides digitales, (la famosa "máquina del fango") y canales de televisión (Fox News), hasta la compra de plataformas enteras como X (Twitter). Esta estrategia ha desplazado el debate hacia temas que les permiten señalar a un enemigo, generalmente grupos vulnerables, como causantes de todos los males (inmigrantes, MENAS, el colectivo LGTB, etc.).
La forma en que los medios de comunicación abordan el radicalismo es uno de los temas más complejos que enfrentan las democracias. La cobertura mediática plantea preguntas sobre cuánta tolerancia deben mostrar las sociedades hacia las ideas a menudo intolerantes de los radicales de derecha y, en general, sobre los límites de la libertad de expresión que las democracias otorgan a grupos e individuos (i.e., la paradoja de Popper).
Como decíamos al principio, esta cuarta ola se caracteriza por algo especialmente peligroso: la normalización. Por ello, los medios tienen la responsabilidad no solo deben informar, sino también contextualizar y cuestionar las narrativas que promueven la intolerancia y la división.
Métdos de descomposition basados en Oaxaca-Blinder comúnmente usados para descomponer efectos sobre salarios. Ver este artículo de Fortin (2011) para más información.