A nadie se le escapa que en España tenemos, desde hace décadas, un serio problema estructural con el empleo. Basta decir que somos el país de la UE con la mayor tasa de desempleo, incluyendo el juvenil.
Hay mejoras recientes, eso es innegable. El empleo crece, el paro se reduce y disminuye la temporalidad (¡no es cierto que los contratos temporales sean reemplazados por fijos discontinuos!), todo ello con un aumento considerable del salario mínimo. Lejos quedan aquellas voces catastrofistas que auguraban un desplome del mercado laboral por culpa de la reforma laboral de 2021 o el aumento del salario mínimo. Son las mismas que vaticinan la catástrofe por la reducción de la jornada laboral a 37,5 horas, por cierto.
Pero una cosa son las dinámicas de empleo, y otra muy distinta los salarios y el poder adquisitivo de éstos, es decir, lo que permiten adquirir. Es perfectamente compatible, por ejemplo, una mejora en las cifras de empleo con un aumento de la precariedad. De hecho, España tiene una de las tasas más altas de pobreza laboral en Europa, afectando a un 16% de los hogares en 2022.
Para entender la situación económica real de los hogares debemos prestar atención a los salarios reales (i.e., salarios ajustados por la inflación que reflejan lo que realmente los hogares pueden adquirir con esos ingresos), valga la redundancia. Aquí, desafortunadamente, no hay mejoras: estamos ante una crisis de poder adquisitivo de los hogares.
Como bien explica Raymond Torres en esta interesante entrada, se da la paradoja que, mientras los datos macroeconómicos mejoran, la mayoría de los ciudadanos perciben un deterioro en su calidad de vida.
Profundizando en esta paradoja, aquí se exponen seis constataciones:
Los salarios reales: más de una década de estancamiento y niveles inferiores a 2008.
En el siguiente gráfico, elaborado con los datos de AMECO, muestro la evolución de los salarios reales medios (con equivalencia a tiempo completo) en España desde 1960 a 2024. Se puede observar claramente una correlación entre la evolución de los salarios reales y las crisis económicas recientes (1977, 2008 y 2020). Mientras que en 1977 se tardó una década en recuperar el nivel de los salarios reales, la combinación de la Gran Recesión y la crisis del COVID ha provocado que, aún hoy, más de una década después, los salarios reales permanezcan estancados y se encuentren en niveles inferiores a los de 2008:
España se encuentra entre los países de la OCDE con mayor pérdida de poder adquisitivo.
El OECD Employment Outlook 2024, recién salido del horno, presenta datos comparativos recientes que revelan una tendencia preocupante: España está entre las naciones cuyos salarios reales han disminuido más en los últimos años:
La caída de los salarios reales se debe tanto al aumento de la inflación como a la desaceleración del crecimiento de los salarios nominales.
Los cambios en los salarios reales pueden atribuirse a dos factores principales:
El aumento o disminución de la inflación.
El aumento o disminución de los salarios nominales (i.e., no ajustados por inflación).
En el caso de España, ambas tendencias han contribuido a la caída de los salarios reales. Por un lado, la inflación ha aumentado; por otro, el crecimiento de los salarios nominales ha disminuido. El gráfico a continuación, extraído del informe de la OCDE, muestra la evolución de estos dos factores (siguiendo la metodología Nick Bunker et al., para medir los salarios a través de anuncios online):
Los hogares con menores ingresos han sufrido una mayor erosión de su poder adquisitivo.
La inflación no afecta por igual a todos los productos, y, por lo tanto, no impacta a todos los hogares de la misma manera, ya que consumen diferentes cestas de productos. Los hogares con menos recursos destinan una proporción mucho mayor de sus ingresos a necesidades básicas como vivienda, alimentos y energía. Estos son precisamente los productos que han experimentado los mayores incrementos en precios. Recientemente, junto con Davide Villani, publicamos un policy-brief que muestra el impacto diferencial de la inflación entre quintiles según su consumo. Como se observa en el gráfico, los quintiles con menos recursos se ven considerablemente más afectados:
Como bien apunta Adam Tooze en esta entrada, la inflación es un conflicto distributivo:
Si los salarios no aumentan junto con otros precios, entonces no se trata en absoluto de una inflación generalizada, sino más bien de un impulso redistributivo unilateral por parte del capital a expensas del trabajo.
Las medidas para paliar la inflación han fallado: pocas transferencias directas y sesgadas hacia rentas altas.
Para que el impacto de la inflación no recaiga desproporcionadamente sobre los hogares con menos recursos, los gobiernos deben implementar medidas efectivas. Es importante diferenciar entre dos tipos de medidas para hacer frente a la inflación: las que buscan contener el aumento de precios (medidas de control de precios) y las que están diseñadas para apoyar los ingresos familiares (medidas de apoyo a los ingresos).
En un informe reciente del BCE junto al JRC, se investiga el impacto de las medidas implementadas en distintos países. El efecto adverso de la inflación sobre la desigualdad ha sido mitigado en todos los países, excepto en España. ¿Por qué? La clave está en que España ha invertido muy poco en transferencias de apoyo a los hogares. Mientras que otros países, como Italia o Portugal, han destinado cerca de un 1% del PIB a estas medidas, España no alcanza ni el 0.1%. En el gráfico a continuación, se observa el efecto negativo de la inflación en todos los deciles, especialmente en los primeros, y cómo las escasas transferencias directas a los hogares apenas han mejorado la situación:
Además, la AIReF también ha calculado el efecto distributivo de las medidas para paliar la inflación según los ingresos. Concluyen que, en términos relativos a la renta, el impacto es progresivo; sin embargo, muchas de las medidas son regresivas y la distribución total del coste termina beneficiando más a las rentas altas.
Un problema estructural: el capital gana terreno al trabajo
La caída de los salarios reales en los últimos años se combina con otro factor estructural a largo plazo, aún más preocupante: la proporción del PIB destinada a los salarios de los trabajadores está cayendo drásticamente. Esto significa que, además de la disminución de los salarios ajustados por inflación, una parte cada vez menor de la riqueza generada en la economía se distribuye a los trabajadores. Como se puede observar en el siguiente gráfico, también elaborado con los datos de AMECO, esta tendencia muestra una disminución constante en la proporción del PIB dedicada a los salarios desde los años 80:
Es posible que cada una de estas constataciones merezca una entrada de blog por sí sola, y no descarto hacerlo en el futuro. Sin embargo, considero relevante ofrecer una visión de conjunto:
Estamos ante una significativa pérdida de poder adquisitivo para una mayoría de los trabajadores, especialmente aquellos con menos recursos, una situación que no ha sido adecuadamente abordada por las instituciones. Esto no es un fenómeno aislado ni temporal; está ocurriendo en mayor medida en España que en otros países, y esta pérdida tiene un componente estructural a largo plazo.